Querido Diario:
Hoy ha sido uno de esos días que parecen tener más de 24 horas.
Llevaba meses preparándome para este momento, pero la verdad es que hasta que no te montas en ese avión (y si me apuras, casi ni cuando aterrizas) no terminas de asimilar lo que está pasando. Es como si la cabeza se quedara suspendida en una nube, incapaz de creer que el sueño se está haciendo realidad.
Preparativos, peso y nervios
Ya había hecho y deshecho el macuto mil veces. Pero como el vuelo salía por la tarde, ¿por qué no deshacerlo una vez más? pero esta vez, con la supervisión de mi madre (experta en quitarme cosas sin que me dé cuenta) y de mi gran amiga Henny (experta en recorrer países con macuto a cuestas).
Entre las dos consiguieron aligerar bastante, aunque hubo cosas con las que me negué en rotundo. Al final: 8,5 kg en el macuto y 6 kg en la mochila frontal. ¿Mucho? Sí. ¿Todo me parecía imprescindible? También. Seguro, acabaría dejando cosas por el camino.
Mientras tanto, en casa de mis abuelos entraban y salían tíos y primos para despedirse. Yo me iba poniendo cada vez más nerviosa, y a ellos cada vez parecía hacerles más gracia. Hasta que llegó el momento. En el aeropuerto las risas se transformaron en lágrimas. Intenté mantenerme firme por mi abuelo, porque quería que me viera feliz, y lo estaba. Pero todos sabemos que las despedidas, por mucho que intentemos maquillarlas, siempre serán despedidas.
Cuando ya estaba en el avión y a punto de abrir una bolsita que me habían dado para que abriera una vez estuviera embarcada… empiezan los gritos.
No entendía nada (¿ruso?, ¿georgiano?) pero lo que sí entendí fueron los puñetazos. A los cinco minutos aparece la Guardia Civil, se llevan a un hombre sin equipaje (mala señal), y a todos nos hacen identificar nuestras pertenencias. Resultado: 40 minutos de retraso y mi corazón latiendo como si ya estuviera subiendo cuestas en Kutaisi. Buen comienzo.
Por cierto, ese sobrecito que abrí después guardaba un detalle que me tocó el alma: una brújula preciosa (como mi logo de esta aventura) con los nombres de mi familia y una notita que decía «para que encuentres el camino de vuelta», me hizo volver a emocionarme, pero ese pedacito de casa, ahora también, viajaría conmigo. ☘︎
El vuelo directo con Wizz Air desde Madrid a Kutaisi (177 €) duraba algo más de 5 horas, aunque llegamos antes de lo esperado contando con el retraso previo. Asique aterrizábamos pasadas las 12 de la noche hora local (dos horas más que en España).
Había mirado que los buses al centro salían cada dos horas, siempre en horas impares. Mi plan era coger el de la 1:00, pero lo perdí. Solución: Bolt. Media hora hasta el hostel por 8 €. Después descubrí que con Yandex Go me habría salido más barato, pero en ese momento lo último que quería era complicarme.
Mi primera noche la pasé en Bao Hostel (11 €). Caro para lo que tenía pensado como mochilera, pero perfecto para aterrizar tranquila. El chico de recepción me enseñó las instalaciones con toda la paciencia del mundo, a pesar de la hora: cocina, baños, terraza y mi cama en litera de arriba. Detalle top: cada cama tenía cortina, enchufe y luz propia. Cerrar la cortina fue como crear mi propio miniuniverso privado.
Eso sí, los macutos estaban todos tirados por el suelo, a la vista de cualquiera. No era lo que mi cabeza esperaba, pero extrañamente me transmitió confianza. “Donde fueres, haz lo que vieres”, me repetí. Y así fue.
Cierre y caja del día
Salí a la terraza, aún con los ojos brillantes de emoción, para tratar de asimilar todo… El viaje había comenzado. Me comí una barrita de cereales y dejé que el silencio de la noche georgiana me envolviera. Pasadas las 2 de la mañana por fín cerraba los ojos. Parecía que hubieran pasado dos días desde la última vez que dormí.
Viajar sola no es solo cargar con un macuto, es cargar también con emociones agridulces: la felicidad de empezar algo soñado y la nostalgia de todo lo que dejas atrás. Hoy me despedí, lloré, me asusté en el avión y aterricé en una ciudad nueva. Y aun así, mientras cerraba la cortina de mi litera, sentí con certeza absoluta que este era el comienzo de la mejor experiencia de mi vida.
Transporte (Bolt): 8 € Alojamiento (Bao Hostel): 11 €
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